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La Torre de la Observación, Y cuentos de Ciencia Ficción (2010)

 

 

Presentación

          La alarma del reloj múltiple se encendió en la casa de Joshua, sobresaltándolo de tal manera que lo despabiló.

          Detuvo el titileo y la agenda quedó marcada con la única cita del día: “18 horas, la Torre de la Observación”.–

          –¡Por fin! ––exclamó entusiasmado.

          Las dos horas que faltaban para el compromiso lo intranquilizaron un poco, ya que disponía del tiempo justo para prepararse.

          Mientras se bañaba, recordó el día en el que la torre fue inaugurada, con gran difusión y un despliegue espectacular en los medios de comunicación; hecho que le creó, desde el principio, una gran expectativa por conocerla. Corría el año 40 D.D. ––después de Dios––, y fue entonces que envió la solicitud para que se le permitiera visitarla.

          Se detuvo a pensar en aquellos seres que lograron alcanzar el Nivel Dios. A partir de ese momento se dio comienzo a la Nueva Era, con el desarrollo increíble de la creatividad, solo limitado por la ética.

          ¿Cuántas cosas quedaron atrás?

          Frustraciones, guerras, hambre, desengaños, promesas…

          Una serena admiración brotó de su interior hacia los valientes seres que pudieron terminar con todo eso.

          El lema que los creadores de la torre acuñaron, era que había sido construida para la observación, registro y aprendizaje de todas las manifestaciones vivientes de cada universo.

          Vestido de modo impecable, salió a la cita.

          A lo lejos divisó la mole. La enorme masa negra, sin ventanas ni más detalles que un paredón ciego, era lo único que podía describir a la distancia.

          En cuanto llegó, ya parado delante de la torre, se sintió abrumado ante tan imponente construcción. Calculó que tendría mil metros de alto y unos trescientos metros de diámetro… Sin lugar a dudas, se hallaba frente al edificio de mayor importancia en el planeta.

          Miró los carteles y, tras seguir las indicaciones, alcanzó con facilidad la puerta de entrada. Una vez allí, colocó la invitación en una ranura luminosa.

          “¡Clan!”.

          Un ruido metálico precedió a la apertura de la pesada puerta.––¡Bienvenido! ––escuchó apenas traspuso el umbral.

          Caminando por el pasillo, se topó rápido con una segunda puerta. Colocó su mano derecha sobre el cristal, tal como se le indicaba. Los sensores verificaron la radiación que emitía, y también se abrió enseguida.

          ––¡Adelante! ––oyó y, titubeante, dio su primer paso.

          Entró por un corredor cuyas paredes, techo y piso estaban revestidos con un material brillante al extremo. Los suaves rayos del sol de la tarde que moría, rebotaban en esta superficie, creando un ambiente cálido, amplio y luminoso.

          Así atravesó el apéndice o hall de entrada que lo llevó a toparse con una nueva puerta.

          “La puerta de entrada a la Torre” ––pensó.

          Parecía espejada, por lo cual aprovechó para mirarse en ella con el reflejo luminoso por detrás. Se acomodaba el pelo cuando de pronto la puerta se disipó, sorprendiéndolo con el ademán en el aire…

          ––Bienvenido, señor Joshua Arcadis.

          La bienvenida fue emitida por una persona de unos 40 años, vestida con un impecable uniforme blanco. Por el brillo en sus ojos, Joshua pudo adivinar que lo esperaban con mucho interés.

          ––Gracias ––respondió. Y a la usanza de la torre, se abrazaron y se besaron en ambas mejillas.

          ––Mi nombre es Parafax. He sido asignado para servirte de guía durante tu estancia en la torre.

          ––¡Buenísimo! ––replicó Joshua, bien dispuesto a ser guiado.

          Parafax le indicó que lo siguiera.

          Atravesaron un camino de más de cien metros de largo, que los fue llevando al corazón y centro del cilindro. Allí se encontraron con los medios de elevación.

          ––Aquí están los elevadores centrales que nos conducirán, en apenas un abrir y cerrar de ojos, a nuestro sector en el décimo nivel. Allí –señaló un sector lateral– se encuentran las escaleras deslizantes, que van girando en espiral y abrazan todo el cilindro; desde ellas podrás apreciar la arquitectura del edificio –dijo Parafax, quien a su vez preguntó: –¿Por dónde quieres ascender?

          ––Por las escaleras ––contestó sin perder un segundo.

          Se colocaron en las huellas y Parafax accionó los botones en el panel de control. Los elementos de seguridad se cerraron de modo automático, ciñéndolos con suavidad por sus brazos, piernas y tórax. Comenzó el ascenso lento.

          Las posiciones en el trayecto les brindaban la posibilidad de apreciar toda la decoración interior. Pudieron ver la gran actividad que se desarrollaba en cada uno de los niveles del complejo, a medida que los alcanzaban.

          Joshua advirtió que los pisos se conectaban entre sí, sin una solución de continuidad que él fuera capaz de percibir. Al subir unos niveles, la sorpresa del visitante aumentó a causa de la distribución de los treinta millones de metros cuadrados que, según calculó, albergaría la torre. Presumió que los niveles debían de tener una suave inclinación, menor a un centímetro por metro de desarrollo longitudinal, lo que en un largo de alrededor de los quinientos metros en espiral, daba la altura suficiente para separar un piso de otro sin que se pudiera notar inclinación alguna.

          El aprovechamiento del espacio lo hizo gritar con los ojos desorbitados: ––¡Qué manera de hacer arquitectura!

          Parafax lo observó sin proferir ningún comentario.

          Ya en su destino, las escaleras deslizantes se detuvieron automáticamente, y de inmediato se liberaron de las agarraderas.

          Atravesaron el hall de recepción del nivel y accedieron al piso que Joshua bautizó, para sí, “el piso sin fin”.

          Entraron en un sector con pantallas colocadas en la pared de afuera. Confirmó y entendió la falta de ventanas de iluminación en los muros exteriores. Sin embargo, notó que la luz natural iluminaba el interior del edificio.

          Parafax le explicó que por la cúspide, y gracias a la acción de los espejos, la luz natural era regulada en su intensidad, para mantener una luminosidad pareja el día entero.

          Dentro de la sala, Parafax lo invitó a sentarse en los sillones ubicados delante de ellos.

          ––Aquí en la torre, podemos distinguir las manifestaciones que la vida ha dejado a través de la historia, en los diferentes universos donde ha actuado ––afirmó Parafax––. Esto nos ha permitido registrar innumerables incidentes que tienen el fin de ilustrar a los visitantes, para que obtengan así un aprendizaje profundo acerca de la vida, sin dogmatismos ni prejuicios: solo los hechos empíricos, libres de mediaciones.

          ––¡Estoy agradecido por estar aquí! ––expresó Joshua.

          ––Tú te lo ganaste, al igual que la totalidad de los que estamos en la torre. Los incidentes que veremos son los que te han ocurrido a lo largo de tu vida, y muestran por qué calificaste para estar en este nivel D.D. ¿Quieres que comencemos? ––consultó Parafax.

          ––¡Sí, por supuesto!

          ––Bien, primero hablaremos del principio común a todos.

          ––¿Podríamos empezar con otra cosa que no sea el principio? ––indagó Joshua con ironía.

          ––Y después seguiremos con tres incidentes que ocurrieron en distintas épocas de tu vida y que marcaron, de alguna forma, tu futuro.

          Mientras le hablaba, Parafax tecleaba en la consola de control de una de las computadoras.La pantalla se prendió con suavidad y luego continuó encendiéndose. Al final llegó a un nivel de reflectividad muy grande, imposible de soportar por ningún ojo humano.

          ––¿Qué ocurre? ––interrogó Joshua, sin dejar de oscurecer más y más sus lentes.

          ––¡Es la Creación! ––Parafax alzó la voz exaltado.

          Las imágenes fueron presentándose…

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